jueves, 9 de junio de 2011

I LOVE BARCELONA

El turista baja del avión e inmediatamente los carteles lo conducen a la salida por la que circula el T1, el cómodo bus que en quince minutos lo lleva al centro y que termina su recorrido en Plaza Catalunya. Para el lado de los cerros comienza la gran ciudad, el círculo financiero y económico. Para el otro lado, en donde se encuentra el Mediterráneo, comienza La Rambla.
La Rambla es un boulevard muy ancho, de unas diez cuadros a lo largo de la cual hay una gran diversidad de negocios. Desde viveros, diarieros y quioscos hasta estatuas vivientes y performers. Tal vez sólo la distribución y la variedad de etnias que la llenan sea la principal diferencia con la calle Florida. Tanto en los coloridos comercios ubicados frente a ella como sobre los cuerpos de los transeúntes, se lucen las remeras culé con la “10” de Messi en la espalda o las totalmente blancas, con la leyenda “i love (pero con un corazón dibujado en lugar de la palabra) BCN, el diminutivo del nombre de la ciudad.
La población local de estos alrededores pertenece a pakistaníes, afganos y marroquíes. Sobre la rambla se los ve de día con un pito que imita los sonidos de una extraña cruza entre gato y rata, vendiendo globos y una suerte de bicho que se dispara hacia arriba unos metros y el giro de sus alas emite un atractivo tirabuzón de luces. Por la noche, estos mismos vendedores ofrecen la lata de cerveza a un euro y por lo bajo, susurrando, inducen a la compra de cocaína y hachiz, sin importarles demasiado el idioma de sus interlocutores.
Por la mañana, La Rambla luce más pacífica. Muchos negocios están cerrados y los caminantes lucen saco y corbata. Los vehículos de limpieza trabajan en equipo para dejar impecable el lugar. Porque en un rato, cerca del mediodía, La Rambla comenzará a llenarse de rubias nórdicas clonadas, las más diversas etnias raciales y culturales y muchas remeras blancas que nos dicen que amamos a Barcelona.

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